23 dic (EFE).- Guardado durante 306 años entre los gruesos muros del convento de clausura del Carmen Bajo de Quito, un pesebre de unas 500 piezas hechas en el siglo XVIII se ha convertido en una de las principales atracciones en la capital y en el pretexto para un acercamiento a la vida contemplativa de las carmelitas.
Las monjas carmelitas han abierto las puertas del convento al público para que aprecien las figuras en una sala dedicada completamente al pesebre navideño, también llamado «belén» o nacimiento en algunos países.
La escena que representa a Herodes y sus bailarinas comprende muñecas de madera con las que jugaban las novicias que, en el siglo XVIII, entraban muy temprano en la orden, según explica Lorena Albán, guía de la exposición.
«Ingresaban las niñas de 13 ó 15 años como una dote que daba la familia a la iglesia. Llegaban con sus muñecas de madera y ellas las vestían», relató a Efe.
No obstante, debido a la austeridad exigida en las celdas, las novicias no podían tener consigo sus muñecas, por lo que pasaron a formar parte del pesebre.
Aparte de esas muñecas y de las piezas en madera de la Escuela Quiteña, de alto perfeccionismo, también aparecen figuras donadas de brillante porcelana que desentonan con el conjunto.
El belén escenifica la anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María, la visita de María a su prima Isabel, el nacimiento de Jesús, su presentación en el templo y su pérdida en ese mismo templo años después.
Todas estas escenas son recreadas en distintas regiones de Ecuador y ofrecen una muestra de los distintos estilos arquitectónicos.
«Ha sido una oportunidad para poder compartir todo este tesoro que nuestras hermanas han cuidado en generaciones pasadas. Nos llena de alegría que los demás puedan apreciar toda esta habilidad», dijo a Efe Raquel de Santa Teresita que, a sus 52 años (aunque aparenta 20 menos), ha superado su timidez ante las cámaras de la prensa.
La religiosa, que ha pasado 33 años en clausura, contó que el belén «siempre ha estado bien resguardado» pero le afectó el paso del tiempo y la polilla y ha requerido una restauración.
La visita de cientos de personas ha alterado la vida de las trece monjas, la menor de 18 años y la mayor de 91, pues han abierto al público parte del convento, construido en el siglo XVII, aunque se han reservado el claustro de los naranjos para su vida contemplativa.
Los visitantes pueden apreciar el belén que está en una sala sobre un pequeño graderío y cubierto por un cristal, pero también han podido descubrir algo sobre el estilo de vida de las monjas, gracias a un recorrido guiado.
A la salida de esa sala, un corredor de tablones enmarcado por gruesos muros y arcos que dejan ver un pequeño jardín lleva a una habitación.
En esa fría celda se aprecia una cama pequeña, un velador con la biblia y otros libros, un costurero, un pequeño jarrón para el agua del aseo, cilicios colgados en la pared y un maniquí con la vestimenta tradicional de las monjas carmelitas.
El recorrido por el silencioso convento continúa, entre esculturas y cuadros también del siglo XVIII, hacia el coro alto.
Los colores pastel usados en el mural del coro recuerdan a los artistas del siglo XIX que pintaron la iniciación de la orden de los carmelos en el siglo XII.
Desde el coro, que cuenta con un órgano italiano del siglo XIX, que ya no usan, se observa la iglesia del Carmen Bajo, situada en el centro histórico de Quito, catalogado como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco.
Las religiosas también han abierto al público su comedor despojado de muebles y decorado con otro pesebre elaborado hace medio siglo en madera y papel. Allí las monjas venden productos elaborados por ellas como escapularios, rosarios, galletas, cremas y aguas para la limpieza facial.
El recorrido también lleva a la entrada del cementerio donde se entierra a las religiosas de la orden. «Cabe la frase de que de aquí ni muerta me sacan», comentó Albán. EFE