Sáb. Nov 23rd, 2024

Ginés Muñoz.

Barcelona, 29 abr (EFE).- No logró marcar dos goles en noventa minutos y, lo peor de todo, dejó la sensación de que, si hubiera tenido otros noventa, tampoco habría conseguido perforar, por dos veces, la portería defendida por Julio César.

Si a esos noventa le sumamos los últimos treinta minutos de asedio azulgrana en San Siro, el resultado es aún más descorazonador: el Barça tuvo dos horas completas -la última de ellas contra diez jugadores- para darle la vuelta a la eliminatoria y disputar su anhelada final en el Bernabéu. Y no lo consiguió.

Convienen dejar a un lado las comparaciones, siempre odiosas, entre el momento de forma del Barcelona que ganó la Liga de Campeones el año pasado y el actual. Si se encuentran a faltar a hombres como el lesionado Iniesta, el prejubilado Henry o un ‘killer’ que muerda arriba como el Eto’o de la temporada pasada. Si jugarse el ser o no ser en Europa con Jeffren y Bojan no es una evidencia más de que esta plantilla es corta, muy corta, y que nadie ha hecho nada por solucionarlo.

Tampoco hace falta entrar a valorar si ese ambiente épico que se buscó en el partido de ayer, esa atmósfera de remontada que empezó a fabricarse desde que los azulgranas encajaron el 3-1 de la ida y que es más propia de otros equipos más adrenalínicos, más testosterónicos, benefició o realmente perjudicó a los finos estilistas de Guardiola, ansiosos, nerviosos, sobreexcitados desde el minuto uno.

Sí es necesario, en cualquier caso, preguntarse por qué a este equipo que fabrica el mejor fútbol del planeta, que representa la excelencia del juego ofensivo de circulación, velocidad y toque, le cuesta tanto atacar en estático.

El Barça es un conjunto que vive de la presión en campo contrario, del robo del balón y de la habilidad de sus excelentes futbolistas para fabricar una transición ataque-defensa a uno o dos toques hasta meterse en el mismo corazón del área rival para apuntillar al rival. Es un equipo sublime en el juego posicional de ataque, en la combinación coral para lograr el desborde.

Que sea un equipo previsible da igual mientras esté enchufado, lo mismo que sucede con Messi, su estrella: sabes lo que te va a hacer, sabes cómo te lo va a hacer, pero lo hace a tal velocidad que es imposible pararlo. Pero cuando el Barça no está fino, no tiene plan B, y ahí es donde radica el problema.

Mourinho lo dejó claro a la conclusión del partido. «¿La pelota? Le dije a mis jugadores que la regalaran. El Barça es un equipo que presiona para robarla y, cuando la roba, te pilla fuera de posición. Eso es justo lo que no queríamos», explicó.

Así, con dos líneas bien juntas, ordenadas, con ningún jugador fuera de su posición, como dice Mourinho, y con la atención y la concentración necesarias, el Inter no sólo neutralizó las romas embestidas azulgranas pese a jugar con uno menos por la expulsión de Motta, sino que sólo pasó algún apuro tras el gol de Piqué (m.83).

El Barça no supo ni abrir el campo ni crear situaciones de superioridad en banda -para ello, Alves y Maxwell debería haber llegado desde atrás, no estar previamente- ni permutar posiciones, ni generar espacios, ni por supuesto ocuparlos. Tampoco aprovechó los rechaces para generar segundas jugadas ni su juego tuvo continuidad, en gran parte por las constantes pérdidas de tiempo del conjunto italiano.

Guardiola tampoco fue capaz de encontrar respuestas tácticas al cerrojazo del Inter. Como, por ejemplo, cambiar la posición de Messi -enredado en la maraña de centrales y mediocentros interistas- y hacerle caer a un costado para desequilibrar en el uno contra uno.

Y así, el partido se convirtió en un rondo perfecto, infinitivo, estéril del conjunto azulgrana. Y así, los azulgranas se podía haber pasado otro partido entero. Y también el Inter, que no quería la pelota para no perderla y que desde el primer minuto se encomendó a los azulgranas para pasar la eliminatoria. Si el Barça tenía un día mínimamente inspirado estaban fuera. Por suerte para los ‘neroazzurri’, sucedió justo lo contrario. EFE

Por ccarrera