Ante unos 200.000 fieles, según datos del Vaticano, el papa Bergoglio, que tras ser elegido pontífice pidió que no se caiga en el pesimismo, invitó hoy a los fieles a la esperanza, a pesar -dijo- de las «nubes grises».
«Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio y que también el papa para ejercer el poder debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz, debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe», afirmó.
Siguiendo a san Franscisco de Asís, de quien ha tomado el nombre, llamó a que se respeten todas las criaturas de Dios y el entorno en el que vivimos.
«Sed custodios de los dones de Dios», exhortó, a la vez que aseguró que cuando el hombre falla en esa responsabilidad, «cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido».
«Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen Herodes que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer», manifestó.
En su línea humilde, pidió «por favor» a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social que «custodien» la creación.
«No dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia, ensucian la vida», subrayó.
La misa solemne de inicio de pontificado sustituye a la de coronación e imposición de la tiara, abolida en el Pontificado de Pablo VI (1963-1978), y el rito estuvo basado en lo previsto en la reforma del Concilio Vaticano II y en modos milenarios.
Comenzó con la bajada de Francisco a la Tumba de San Pedro, en las Grutas Vaticanas, para orar ante el Apóstol junto a los patriarcas y arzobispos mayores de las iglesias católicas de rito oriental.
Mientras tanto, los cardenales esperaron alrededor del Altar de la Confesión, en el centro de la basílica de San Pedro, bajo el que se encuentra la tumba de Pedro, totalmente vacía de fieles.
Tras el rezo y en medio del canto de «Laudes Regiae», letanías en honor de Cristo, en las que se resalta en nombre de los papas santos, Francisco salió a la plaza, donde se procedió al rito de la colocación del palio y del anillo del Pescador.
El cardenal protodiácono, el francés Jean Louis Tauran, el mismo que anunció su elección el 13 de marzo, fue el encargado de imponerle el Palio, antigua insignia episcopal.
Se trata de una estola confeccionada con lana de cordero que simboliza al Salvador, de 2,60 metros de largo y 11 centímetros de ancho, en la que están colocadas cinco cruces rojas, que recuerdan las cinco llagas de Cristo, con alfileres, que recuerdan los clavos de la cruz.
Después, el cardenal decano, Angelo Sodano, le colocó el anillo del Pescador, confeccionado en plata dorada. Lleva grabado al Apóstol Pedro con las llaves.
Francisco lo llevará hasta su muerte o renuncia, cuando el camarlengo se lo retire y lo machaque para que nadie pueda usarlo y a la vez para simbolizar el final del papado.
Después, seis cardenales en nombre del resto le mostraron obediencia.
La misa la concelebró con los cardenales y con el prepósito de la Compañía de Jesús, el español Adolfo Nicolás, y el General de los Franciscanos, el también español Javier Rodríguez Carballo.
Acudieron 132 delegaciones oficiales, entre ellas la de Argentina, encabezada por la presidenta Cristina Fernández; la de España, por los Príncipes de Asturias, y de todos los países latinoamericanos.
También asistió el patriarca ecuménico de Constantinopla, el ortodoxo Bartolomé I, el metropolita (arzobispo) Hilarion, de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y representantes de la Comunión Anglicana e iglesias protestantes. EFE