La imagen de la Basílica de San Pedro del Vaticano se desfigura desde el comienzo de la Vía de la Conciliación, que une al Vaticano con la ciudad de Roma, como consecuencia de la neblina lluviosa que se ha instalado en la «Ciudad Eterna» y que empapa la chimenea de la que emanará la decisión de los cardenales, enclaustrados en la Capilla Sixtina.
Abajo, los adoquines brillantes, que dejan escapar alguna brizna de hierba fresca entre sus juntas, soportan el peso de los miles de fieles que, con sus paraguas, convierten la plaza en un campamento multicolor habitado por la esperanza, la emoción y el deseo de conocer al que será su próximo líder espiritual.
A pesar de que la mítica columnata de Bernini acoge banderas de todo el mundo, existe en la plaza un cierto ambiente globalizador, la idea general de que se prefiere a un pontífice que gobierne la Iglesia de forma general, sin tener en cuenta su nacionalidad.
«Da igual de dónde proceda el papa, si es rico o humilde, franciscano o capuchino, africano o europeo, solo esperamos que sea un papa para toda la Iglesia, que gobierne la Iglesia de Pedro», afirmó con vehemencia el seminarista Renaldo Da Silva, de la aldea amazónica brasileña de Abaetetuba.
El seminarista brasileño ríe con sus amigos mientras tapan sus cabezas con sus banderas verdes y amarillas y se consuela diciendo que «la lluvia es siempre sinónimo de bendición, el origen de la vida».
Del mismo modo que en el interior de la Capilla Sixtina, el debate fluye por la plaza y los fieles discuten entre ellos sobre la figura del próximo Obispo de Roma.
En la misma línea que el seminarista Da Silva se expresaron las hermanas Misioneras Eucarísticas de Nazaret, la mexicana María Elena y las argentinas María de los Milagros y Laura María.
«El país del que proceda no es importante, el nuevo papa debe continuar la línea y el proyecto pastoral de Benedicto XVI y no sólo desde el punto de vista de su ministerio espiritual, sino que también tiene que continuar su obra política y económica en el seno de la Santa Sede», afirmaron convencidas las tres monjas.
Un de ellas, la hermana Laura María, quiso recordar que a la Iglesia la dirige Cristo, que es quien dirige al papa y por eso, según sus palabras, «Benedicto XVI, ha dejado un legado muy importante porque ha demostrado que no hay que fijarse únicamente en la figura del papa sino que hay que colocar en el centro a Dios».
De pronto, a las 11:40 horas (10:40 GMT) alguien grita y apunta al cielo: De la chimenea instalada en la Capilla Sixtina sale un espesísimo humo negro, negro incertidumbre, que cuenta al mundo que los cardenales aún no han tomado una decisión, algo que produce un grito de asombro entre los congregados, una exclamación conjunta.
Cuando la chimenea dejó de humear, el debate prosiguió en la imponente plaza.
Animadas, un grupo de mujeres procedentes de Estados Unidos, Argentina y España residentes en Roma debatían sobre el futuro de la Iglesia.
Ante la pregunta de si Latinoamérica está preparada para ofrecer un papa, las argentinas Alejandra Bingas (Córdoba) y María Eugenia Flórez (Buenos Aires) respondían a sus interlocutoras con razones de peso.
«¿Qué país o región está preparado para ofrecer un pastor para la Iglesia?. ¿Europa?. El cardenal Jorge Bergoglio sería un buen papa aunque sea algo mayor porque la comunidad católica latinoamericana es la más numerosa del mundo», alegó divertida la cordobesa Bingas.
Pese a que, como han recordado desde el Vaticano en los últimos días, la identidad del futuro papa es impredecible -por aquello de que «el que entra al cónclave papa sale cardenal»- y más allá de las preferencias de cada uno, hay una suerte de sospecha general que apunta directamente a la mitra del arzobispo de Milán, el cardenal Angelo Scola.
«Yo creo que saldrá Scola pero espero que, sea quien sea, se trate de un papa fuerte, quizá menos filósofo que Ratzinger, que afronte con determinación los retos que la Iglesia tiene en un futuro cercano», opinó la española Eloísa López de Silanes que, junto con sus amigas, se disponía a abandonar la plaza después de la fumata negra del mediodía.
La afluencia de fieles se incrementa conforme pasan las horas de cónclave, al igual que la expectación, y tras la segunda fumata negra del cónclave que elegirá al sucesor de Benedicto XVI, la gente anda y desanda los dominios vaticanos, a la espera de que se produzca una nueva votación. EFE