Hacía más de 800 años que un papa no renunciaba por voluntad propia al papado, desde que Celestino V lo hizo en el 1294, por lo que la decisión del papa Ratzinger ha marcado un hito en la historia de la Iglesia católica.
Este 28 de febrero de 2013 quedará en los anales. Hasta ahora, los papas morían en su cama del Vaticano, pero hoy el alemán Benedicto XVI, de casi 86 años, abandonó el Vaticano por su propio pie, a bordo de un helicóptero y se trasladó a la residencia de Castel Gandolfo, a unos 30 kilómetros al sur de Roma.
La imagen de un papa que abandona el Vaticano en helicóptero fue vista por cientos de millones de personas en todo el mundo.
En Castel Gandolfo permanecerá unos dos meses hasta que estén acabadas las obras del monasterio de monjas de clausura «Mater Ecclesia», que se levanta en los jardines del Vaticano donde se alojará.
Ayer, tras ocho años de pontificado, se despidió de los fieles en una audiencia pública a la que asistieron unas 200.000 personas, a las que dijo que «no abandona la cruz».
Hoy, se despidió de los cardenales. 144, de los 207 que forman el Colegio Cardenalicio, acudieron a la Sala Clementina. Sereno, sonriente, con buen aspecto, les dijo: «Entre vosotros está el futuro papa, al que prometo mi respeto incondicional y obediencia. Continuaré rezando, especialmente en estos días (del cónclave)».
Con esas palabras, según los observadores vaticanos, Benedicto XVI quiso dar seguridades de que el próximo pontífice no estará «condicionado» por un papa emérito, que además vivirá a un centenar de metros de distancia.
Con lágrimas, entre ellas las de su secretario y Prefecto de la Casa Pontificia, Georg Ganswein, que no pudo contener la emoción, le despidió el personal del Vaticano en el patio de San Dámaso.
En algunos momentos también se le vio a él emocionado, pero inmediatamente recuperó la sonrisa y la serenidad, la misma que mostró cuando saludó desde el balcón del palacio de Castel Gandolfo a los cerca de diez mil fieles que le acogieron.
Les dijo que no era un día como otros del Pontificado y que a las ocho de la tarde, la hora en que dejaba de trabajar todos los días, dejaría de ser el líder de los más de 1.200 millones de católicos de mundo, para convertirse en un «simple peregrino más que inicia la última etapa de su vida».
No hubo ceremonia especial, ya que, según establece el Código de Derecho Canónico, lo único que hace falta es que el papa renuncie en plenas facultades mentales y lo haga presente ante los cardenales, lo que ya hizo el pasado 11 de febrero.
La única señal visible que anunció al mundo que Benedicto XVI ya no era papa fue el momento en el que se escuchó, en el reloj de palacio, las campanadas de las ocho de la tarde e inmediatamente la Guardia Suiza cerró la puerta del edificio, dando por concluido su servicio al papa Ratzinger y abandonando el lugar.
A partir de ese momento, dio comienzo la Sede Vacante -el interregno que va desde que fallece o renuncia un papa hasta que se elige el sucesor- y el gobierno provisional de la Iglesia pasó a manos del cardenal camarlengo, que es también el Secretario de Estado, Tarcisio Bertone.
Lo primero que ha hecho Bertone ha sido sellar el apartamento papal y el ascensor que lleva al mismo, en el Vaticano.
La normativa vaticana prevé que tras la muerte o, en este caso, renuncia del papa, el apartamento papal tiene que quedar libre y es sellado hasta que haya nuevo pontífice.
También tendrá que anular el anillo del Pescador, que simboliza el poder pontificio. Su destrucción es la señal de que el reinado ha concluido.
Mañana, el cardenal decano, Angelo Sodano, comenzará a llamar a los purpurados de todo el mundo para preparar el cónclave que elegirá al sucesor de Ratzinger y participar en las congregaciones preparatorias.
La primera congregación se celebrará el lunes 4 de marzo, anunció hoy el cardenal de Nápoles (Italia), Crescenzio Sepe, y tal vez ya ese día se anuncie la fecha del cónclave. EFE