26 nov (EFE).- El circuito de Interlagos, epicentro del Gran Premio de Brasil, la última carrera de la temporada del Mundial de Fórmula Uno, fue testigo de un legado que deja el heptacampeón Michael Schumacher para su joven compatriota Sebastian Vettel, una nueva estrella que se consagra en el automovilismo.
Más allá del gesto de Schumacher (Mercedes) de dejar pasar a Vettel en la vuelta número 65, a seis del final de la prueba, que le permitió al piloto de 25 años lograr su tercer título consecutivo de la máxima categoría del automovilismo, Interlagos vivió un momento que siempre quedará marcado en la historia de la Fórmula Uno.
El Gran Premio de Brasil volvió a ser juez y se centró en la disputa de la carrera entre el británico Jenson Button (McLaren), quien venció la prueba, y el piloto local Felipe Massa (Ferrari), segundo, y la lucha por el título entre Vettel (Red Bull) y el doble campeón mundial español Fernando Alonso (Ferrari).
Sin embargo, la despedida de Schumacher de las pistas, a las que retornó en 2010 después de haber ‘colgado’ el mono y el casco cuatro años antes, y la consagración de Vettel como el tricampeón más joven de la Fórmula Uno, inscribieron su propia página en la historia del Gran Premio de Brasil, que cumplió en esta edición 40 años.
En Interlagos, que consagró en su historia reciente de cuatro décadas a pilotos como Alonso, campeón en 2004 y 2005 y que en 2007, en la misma pista, perdió el título ante el finlandés Kimi Raikkonen, quedaron los siete campeonatos y los múltiples récords de Schumacher, que a sus 43 años pone punto final a su gloria en la F1.
La única prueba de la Fórmula Uno disputada en Suramérica vio esta vez la consolidación del nombre de Vettel, que en la escudería austríaca, con un contrato vigente hasta 2014, traza un camino muy parecido al de su compatriota Schumacher.
Ante 69.000 personas, según los datos oficiales de público, y sin subir al podium de la carrera, el joven alemán se robó gran parte de la simpatía que la «torcida» (afición) brasileña tiene por el asturiano Alonso, con su mono rojo vivo con el logotipo del caballito negro en fondo amarillo de su tradicional escudería.
Las condiciones climáticas atípicas de la ciudad, que en un mismo día puede pasar por cuatro estados de tiempo y variar de un calor intenso, con fuerte sol, a bajas temperaturas y lluvias, hacen de Interlagos una pista especial en la Fórmula Uno.
No en vano, las autoridades de la mayor metrópoli brasileña, encabezadas por el alcalde saliente, Gilberto Kassab, y su sucesor, Fernando Haddad, se reunieron con Bernie Ecclestone, el hombre fuerte de la Fórmula Uno para negociar la renovación del contrato hasta 2020.
La gestión, que une a Haddad, del gobernante partido de los Trabajadores (PT), el mismo de la presidenta Dilma Rousseff, y a Kassab, que formaba parte de la oposición al Gobierno, se intensificó en los últimos días debido al interés de otras ciudades para albergar el Gran Premio de Brasil.
Ecclestone, en los días previos a la carrera, se reunió con autoridades del Gobierno regional de Santa Catarina (sur), estado que pretende construir un autódromo en el parque Beto Carreiro con todas las exigencias de la Federación Internacional de Automovilismo (FIA) para competir ante Sao Paulo para recibir la prueba.
Río de Janeiro, en cabeza de su alcalde, Eduardo Paes, y ciudad que vive un momento de protagonismo deportivo internacional como sede de la final del Mundial de Fútbol de 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016, también construye un autódromo en el barrio de Deodoro al mismo nivel de Interlagos.
Jacarepaguá, un circuito automovilístico en Río de Janeiro, ya recibió varias ediciones del Gran Premio de Brasil en la década del ochenta, mientras se remodelaba el de Interlagos.
El director de la Fórmula advirtió que Interlagos necesita ampliar algunas de sus localidades y modernizar su infraestructura en varios aspectos para continuar como una de las etapas del ‘gran circo’. EFE