En la mañana del ‘Viernes Santo’, el sol salió vacilante, mientras cientos de miles de devotos se congregaban en el casco colonial de la capital.
‘Cucuruchos’, ‘Verónicas’ y ‘Cristos crucificados’ empezaron a tomarse las calles del centro de Quito. La gente miraba con asombro y admiración a quienes se azotaban con cables de luz o cargaban cruces que triplicaban al menos sus propios pesos. Coronas de espinas sobre la cabeza, rostros afligidos y rezos que se repetían al unísono, fueron la tónica de la procesión de Jesús del Gran Poder. Esta costumbre arraigada desde hace 51 años, es el recordatorio del Via Crucis de Jesucristo, antes de ser crucificado.
“Venimos a pedir por nuestras familias, es un sacrificio que lo hacemos por devoción a Dios”, afirmó Carlos Gordón, mientras tomaba un bocado de agua para mitigar el cansancio. En sus manos llevaba una estampita de Jesús y detrás la foto de sus hijos.
El sol se tornó inclemente en varios momentos y los pies descalzos de los marchantes, además llevaban grilletes unidos a pesadas esferas de acero, para aumentar el sacrificio.
Las mujeres con niños en brazos caminaban detrás de la imagen de Jesús del Gran Poder, repitiendo padres nuestros y avemarías sin cesar. Al paso de la imagen, los presentes al filo de las veredas lanzaban flores y elogios al Dios que tantos favores les ha entregado. Entre devotos y curiosos se hallaban también ciertos elementos que buscaban la oportunidad perfecta para arranchar carteras, celulares y demás objetos valiosos. La aglomeración podía facilitar esta actividad que ha disminuido debido al despliegue de efectivos policiales. Llegadas las 15h00, el cielo empe zó a llorar, la fe desbordó las calles. Fue muestra de un sólo día.