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El 3 de noviembre del 2006 dejó de latir para siempre el maltratado corazón de Alberto Spencer. La triste noticia originada en una Clínica de Cleveland se disparó como reguero de pólvora por todos los confines del mundo.
Había muerto uno de los más grandes goleadores de todos los tiempos. Un ser humano excepcional, que sacudió las redes de incontables arcos con la ilustre blusa de Peñarol de Montevideo, con la que conquistó Tres Copas Libertadores de América, Dos Intercontinentales e innumerables títulos en los torneos uruguayos, en los que fue el máximo artillero en varias ocasiones.
Alberto goleó como nadie en la Copa Libertadores. 54 dianas adornan una producción formidable, que el tiempo ha convertido en un record imbatible. 48 de ellos fueron con la blusa aurinegra y los 6 restantes con la camiseta de Barcelona, club en el que gastó las útimas ráfagas de sus saltos felinos buscando el cielo, respondiendo al mote de ‘Cabeza Mágica’, que el universo del balón le regaló, por su descomunal juego áereo.
Spencer era capaz en sus días de esplendor, de encumbrarse un metro sin tomar impulso.
Un día del año 59 dejó Ancón y el Everest de Guayaquil para recalar en una de las instituciones más grandes del mundo del fútbol. Apenas 10 mil dólares bastaron para cerrar el traspaso de un delantero que se movía como un jet en las inmediaciones del área. Pronto se convirtió en ídolo y en bandera de orgullo de nuestro fútbol. Uruguay lo veneró y lo venera. Había que pasear brevemente por Montevideo, gozando de su cálida y hermosa compañía para sentir el afecto inconmovible que le prodigaban los ‘charrúas’. Spencer fue un crack venerado. Ecuador aún llora su ausencia. Nadie le ofreció tanta gloria junta al país. Han pasado 5 años de su partida. Él, seguro seguirá gritando más goles en el cielo.

Por ccarrera