Vie. Nov 22nd, 2024

La tarde es cálida en el barrio La Luz, al norte de Quito. El sol apenas baña la acera con su resplandor. De repente, el viento comienza a soplar con más soltura. Entre las calles Rafael Ramos y Lizardo Guarderas, está un hombre cuya forma erguida de pararse llama la atención. Se llama Miguel Murillo. Un sujeto de 44 años, al cual el tiempo, la razón y sus nervios lo han ido alejando de la realidad. Vestido con una camiseta amarilla y un pantalón plomo, Miguel, se para todos los días en estas vías sosteniendo un pequeño bote de caramelos, los mismos que vende para contribuir económicamente en su casa.
Comenta que vive con su hermana y su cuñado en un departamento de la localidad.
De mirada esperanzadora, cabello corto en forma de púas, con unos brotes de canas, y naríz puntiaguda, este particular personaje cuenta, que a lo largo de su vida ha descubierto la felicidad en las cosas más sencillas. Hace una pausa. Escucha detenidamente el sonido que hacen los aviones cuando despegan, esboza un gesto de alegría, pues para él no hay un espectáculo más maravilloso que mirar una aeronave en el cielo . Mientras una leve sonrisa se dibuja en su rostro, relata que él al igual que sus hermanos, estudió en la escuela y en el colegio.
Pero que cuando tenía 17 años comenzó a padecer de una extraña enfermedad de los nervios, que lo hacía ausentarse por momento de su estado consciente y lo transportaba a un mundo diferente. Sentía que debía atrapar pequeños objetos con sus manos, que solo él podía distinguir. Al notar esto, su madre lo llevó donde un psiquiatra, que lo trató durante un tiempo.
Siguió un tratamiento que le permitió sentirse mucho mejor. Ahora tiene pequeños ‘tics’, que el mismo trata de controlar mediante la sugestión.
Con tristeza relata que uno de los días más tristes de su existencia fue cuando su progenitora falleció. Esto le permitió comprender mejor su situación. Es consciente que los años no se detienen.
Manifiesta que algún día quisiera estudiar diseño gráfico. El dibujo ha sido una de sus grandes pasiones.
La tarde cae, la luz que iluminaba la jornada comienza a ocultarse. Miguel tiene que continuar con su labor diaria. Se despide amablemente con esa alegría particular de saber que mañana será un día mejor para él.
El frío abraza con suavidad el ambiente. Los transeúntes circulan sin mirar lo que les rodea. Unos metros adelante de Miguel, en la misma cuadra, se puede distinguir bajo las sombras de un árbol, a las afueras de un super mercado, a un personaje que a simple vista parece sombrío y uraño. Se trata de ‘Sonia’ una mujer que se muestra reacia a revelar su edad, pero conforme avanza la conversación, su tono de voz se torna más dócil.
De tez canela, labios delgados y cabello largo con dos trenzas de tono infantil, que llegan hasta sus pechos, cuenta que todos los días se sienta en este lugar para ver a la gente caminar y esperar por un familiar.
No quiere revelar muchos datos de su vida privada, solo indica que vive sola en un pequeño cuarto lejos de este barrio.Sus zapatos están rotos, su mirada luce un tanto perdida. Asevera que tiene un novio con un carácter difícil. De pronto cuando recuerda su pasado, sus dientes empiezan a rechinar. Indica que hace unos años trabajaba en el supermercado por el que ahora deambula. Cuando intenta hablar sobre su estado actual, su semblante comienza a cambiar.
La melancolía parece rodear sus palabras. Dice que la doctora que la revisa puntualmente, le indicó que su mente está perdiendo gradualmente la lucidez y se lamenta.
Vestida con una saco azul, un buzo celeste y pantalón de calentador, esta mujer asegura que todos los días se sienta en el mismo lugar, desde las 8h00 hasta las 19h00.
Guarda silencio por un instante, divaga y recalca que una de sus metas es conocer al presidente de la república, Rafael Correa. Se despide en medio de risas. Vuelve a tomar asiento bajo la sombra del árbol en el cual pasa sus días pensando en mejor y tratando de huir de una realidad que parece que la olvidó.

Por adm