Jue. Sep 19th, 2024

El viernes santo amaneció nublado. Ya se acercaban las 9h00 y los penitentes iban llegando al Colegio San Andrés, donde alistarían sus mejores trajes. Los vestuarios morados y negros se desempolvaban y las madres daban las últimas recomendaciones antes de emprender la caminata. Las imágenes de santos y vírgenes inundaban el ambiente. La banda de músicos empezó a tocar tristes melodías que buscaban llegar a la reflexión de los presentes. Avanzan las horas y cucuruchos, en su mayoría hombres, y ‘verónicas’ se toman las calles del Centro Histórico de Quito. Rostros dolidos, pies descalzos y con grandes cadenas marcaban el ritmo de las oraciones y los cánticos de miles de pesonas que buscan expiar sus culpas y elevar peticiones para ellos, sus familias y sus amigos. José Amaguaña, este año decidió representar y vivir el Vía Crucis de Jesús en sus últimas horas. “Lo hago por mis hijos y mis nietos, es un sacrificio que hago casi todos los años”. Entre los participantes existe la idea de que mientras más dolorosa y sacrificada sea la travesía, serán más tomados en cuenta en sus peticiones. La expectativa aumenta, cuando a lo lejos se divisa la imagen de Jesús del Gran Poder. Los devotos empiezan a buscar los mejores lugares para venerarlo. El caos empieza y mujeres y niños son los más perjudicados. Pétalos de flores envuelven a la imagen. Los presentes elevan sus oraciones con la esperanza de que la situación mejore, que tanto sacrificio haya valido la pena. Se acercan las 15h00 y las nubes en el cielo se aglutinan avizorando una gran tempestad. Los pies cansados, las espaldas vejadas por los latigazos buscan ahora un poco de descanso.

Por adm