Es indignante ver como la mayoría de ecuatorianos vivimos sumergidos en nuestros propios intereses, sin importarnos las personas que nos rodean. El transporte público en la ciudad, aparte de las innumerables falencias que ya tiene, ahora se le suma la falta de solidaridad. Personas discapacitadas o que tienen alguna dificultad para subirse a un autobus rápidamente, son ignoradas por estos señores y tienen que esperar mucho tiempo, incluso bajo la lluvia, hasta que alguien por lo menos los mire. Después, si alguno decide escuchar su petición, opta por no prestarle el servicio, porque le parece muy complicado ayudar a subir una silla de ruedas. Este es un punto que poco se ha mostrado. Las personas con discapacidades de a poco han logrado insertarse en el campo laboral o deportivo, pero nadie ha pensado que no todos tienen automóvil para transportarse. Son usuarios como cualquier otro y tienen derecho a los mismos servicios públicos. No es cuestión de ser compadecidos, sino de ser justos.