Juan Carlos Burbano dio un paso al costado. Apenas terminó el partido frente a Macará, el joven técnico de Nacional presentó su dimisión. Fue el epílogo de la «crónica de una muerte profesional anunciada». Honestamente no había otro camino. Los números frios dictaban el balance que encierra un gran fracaso. Nacional no logró clasificar a la liguilla y ese es un peso demasiado grande para una institución acostumbrada a vivir emparentada con los éxitos.
Burbano dijo «no va más» y tomó la decisión correcta. En las últimas semanas estaba bailando en la cuerda floja. La dirigencia criolla, señalaba reiteradamente, que «Juanca» gozaba de entera confianza, pero es sabido, que cuando los dirigentes se apuran a reiterar apoyo en la faz pública, lo peor está por venir. Así lo sintió el técnico criollo y se marchó dignamente. No intentamos justificarlo, más bien sería prudente, enfocar su decisión por el lado de la dignidad profesional.
Siempre será mejor irse, antes que lo tiren a la calle y Burbano, profundo conocedor del «subsuelo raro» que circunda al fútbol, prefirió salvaguardar su incipiente hoja de vida.
Nacional no pasa por un buen momento. El tema no es reciente. Hace varias temporadas, que el cuadro militar bordea el despeñadero. Desde los tiempos del paraguayo Ever Hugo Almeida, que le dejó las dos últimas estrellas, que adornan el estandarte militar, para a renglón seguido marcharse por la puerta trasera, ante el imán incontenible del fabuloso contrato que le lanzó Barcelona para dirigir el «equipazo 2008», que terminó abandonando por las fuertes presiones y los pésimos resultados. Lo mandaron a volar.
Ever Hugo le hizo mal a Nacional. Sentó un mal precedente. Arregló con el ídolo porteño, cuando aun estaba en funciones y los dirigentes criollos prefieron mirar para otro lado, en lugar de desenmascararlo por su carencia de honestidad profesional. Aparte, implantó una línea de juego disparatada, alejada del juego de toque fino, veloz y preciso, que históricamente, fue el sello de las grandes conquistas. «Inventó el ollazo» y los ataques con centros para cualquiera. El «fútbol picapedrero», que no le gustaba a la tribuna, dolorosamente disfrazado con los títulos, que dejaron un sabor amargo.
No fueron éxitos, fueron conquistas pálidas, apoyadas en el bajísimo nivel de aquellos campeonatos. La época del paraguayo es para olvidarla. Su herencia es nefasta, porque a Nacional y a sus jugadores, les ha costado mucho romper esa filosofía de «lanza centros» sin destino fijo.
El asunto es claro, el problema de Nacional no se arregla contratando otro técnico. La carencia fundamental, pasa por la falta de un plantel competitivo. La plantilla, sin figuras de relieve, es apenas una tibia caricatura de lo que fue la entidad militar en otros tiempos gloriosos, que invitan a la nostalgia. Han vendido a manos llenas y no han contratado jugadores sapientes. Ningún técnico es mago para revertir el fracaso de un plumazo. Es preciso revisar la política interna y repotenciar al plantel. Es la única medida disponible para huir del fracaso total en el 2009. Manos a la obra. A trabajar.
Por: Raúl Cruz Molina