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25 mar (EFE).- Cuatro años ha tardado Madonna en tratar de enmendar el irregular «Hard Candy» (2008) y publicar un nuevo disco de estudio, «MDNA», un lapso quizás excesivo para una industria que, apremiada por internet, se ha dado prisa en madurar las alternativas pujantes de Britney Spears, Lady Gaga y Rihanna.

Su duodécimo álbum, que se lanza mañana en todo el mundo, tratará de dilucidar si, en ese nuevo panorama, treinta años de carrera y 200 millones de discos constituyen pilares suficientemente sólidos como para sostentar su reinado, después de siete años sin un gran hito discográfico, los transcurridos desde «Confessions on a Dance Floor» (2005).

Mirando en esa dirección, Madonna parece haber querido recompensar la paciencia de sus seguidores con un disco esencialmente bailable, que pasa de las estrictas bases de «house y tecno» del principio a una zona central más frívola, y que, ya al final, también deja espacio para la delicadeza.

Esa división estilística coincide, a grandes rasgos, con el sello de los tres productores más destacados que confluyen en «MDNA»: Benny Bennasi, Martin Solveig y, cómo no, William Orbit, junto al que facturó el aplaudido «Ray of Light» (1998).

Bennasi es el principal responsable de las inyecciones de adrenalina. Suyo es el primer tema del disco y, a la sazón, segundo sencillo, el discotequero «Girl Gone Wild», cuyo videoclip fue presentado esta misma semana, ensalzando el pasado glorioso de «Vogue» y «Erotica».

El italiano también es el encargado del tercer corte, «I’m Addicted», que juega al equívoco con el mundo de las drogas, igual que el disco mismo, pues «MDNA» se parece mucho al nombre que recibe en inglés la droga de diseño conocida como éxtasis, MDMA.

Este primer bloque, apto para una fiesta «rave», se completa con «Gang Bang», una producción de William Orbit y uno de los temas más singulares, gracias a su cadencia grave y oscura, contenida, en el que Madonna susurra «bang, bang» entre sonidos de escopeta.

Sorprende que entre los créditos de la canción figure el nombre de un artista tan colorido como Mika, quien describió el tono de «Gang Bang» como «underground, maravilloso y bizarro».

Martin Solveig toma el relevo con «Turn Up The Radio», dando paso a un tramo igualmente bailable, pero mucho más desenfadado, teatral e inofensivo. Es la parte en la que se integran «I Don’t Give A» (Me importa una…) y el primer single, «Gimme All Your Luvin'», que cuenta con las colaboraciones ya conocidas de las raperas Nicki Minaj y M.I.A.

En general, Madonna se burla de la imagen de novia entregada y perfecta esposa mediante unos versos que parecen autorreferenciales y que han suscitado la pregunta de si son dardos envenenados contra su ex marido, el director de cine Guy Ritchie.

Con humor y psicodelia llega la aceptación del pecado en «I’m a Sinner», nuevamente de la mano de Orbit y con un estilo que recuerda ligeramente al del «Beautiful Strager» que grabó para la BSO de la segunda parte de «Austin Powers».

Es el propio Orbit, nuevamente inspirado, el encargado de cerrar el disco con tres cortes más reposados, sentimentales y evocadores. Se trata de «Love Spent», «Falling Free» y la conocida «Masterpiece», premiada con un Globo de Oro a la mejor canción, como tema central de «W.E.», película que dirigió la propia Madonna.

Canta en ella que es difícil vivir amando una perfecta obra de arte. Ese es quizás uno de los problemas de «MDNA», que mejora el trabajo previo de «Hard Candy», pero que sabe a poco, obligado como está a superar el listón de las cada vez más altas expectativas de sus seguidores.

A primera vista, no se perciben rompepistas como «Hung Up» o «Express Yourself» y, pese a contar con algunos de los mejores DJ del momento, hay muy poco en la producción que suene revolucionario o distinto, algo a lo que Madonna, el paradigma de la reinvención, ha acostumbrado al mundo.

Madonna comparó la intensidad de este disco con la de un «animal enjaulado», en alusión a su violencia contenida, siempre a punto de explotar. Siguiendo el símil, la artista enseña los dientes, pero nunca echa la zarpa encima.

Cabe preguntarse si Madonna puede permitirse otros cuatro años para liberar a la bestia, un tiempo en el que Rihanna o Katy Perry han pasado de la nada a facturar más de una decena de éxitos. EFE