19 mar (EFE).- El deshielo del Ártico podría provocar la emisión de gas metano, una amenaza que preocupa a los científicos y que un ingeniero británico propone evitar mediante torres refrigeradoras que hagan bajar la temperatura de la región.
Varios estudios científicos han intentado medir el impacto que tendría sobre la atmósfera la liberación de metano, un gas más contaminante y duradero que el dióxido de carbono, que actualmente está atrapado en el fondo del mar y cuyas burbujas se pueden observar sobre el hielo que se está derritiendo.
En una reunión con diputados en el Parlamento británico hace unos días, un equipo de expertos -entre los que figuraba el ingeniero emérito de la Universidad de Edimburgo Stephen Salter- calificó esta amenaza de «emergencia planetaria».
Para evitarlo, Salter propuso la construcción de un centenar de torres refrigeradoras que emitirían agua marina a la atmósfera, como si de un spray se tratasen, con las que espera hacer bajar la temperatura, según explicó hoy a Efe el científico.
Anteriormente, Salter ya había apostado por refrescar la atmósfera mediante un sistema parecido, construido sobre barcos, que en cambio ahora descarta porque «la situación es tan seria que estas embarcaciones podrían requerir demasiado tiempo».
Los lugares más apropiados para su construcción serían las islas Feroe (en el Atlántico Norte, entre Escocia, Noruega e Islandia) u algún otro archipiélago en el estrecho de Bering, entre Siberia y Alaska.
En verano, estas torres de diez metros y alimentadas con energía renovable, pulverizarían agua salada hacia las corrientes de aire, que «desplazarían el residuo de sal hacia el interior de las nubes en unas pocas horas», detalló el experto.
El proceso se basa en la idea de refrescar el ambiente mediante el «blanqueo de las nubes», es decir, emitir gotitas de agua salada que hagan que sean más blancas y que reflejen mejor los rayos del Sol, un efecto parecido al que causa la erupción de un volcán.
En 2011, las regiones del Ártico registraron las temperaturas más altas de los últimos cincuenta años, entre 3 y 4 grados por encima de la media anual, según datos del Instituto de Investigaciones del Ártico y la Antártida.
Sin embargo, lo que de verdad preocupa a los científicos es la reducción de la masa total de los hielos, que en la actualidad es del 55 % en comparación con el promedio registrado en los años 80 y 90 del siglo pasado.
El uso de la ingeniería para mantener la temperatura de la Tierra bajo control es un tema controvertido entre la comunidad científica, ya que algunos expertos defienden que podría agravar el problema.
Los críticos con la propuesta de Salter argumentan que un cálculo erróneo del tamaño de las gotas de agua emitidas provocaría el efecto contrario al que se quiere conseguir, es decir, subiría más aún la temperatura.
Sin embargo, Salter confía en que la investigación de distintos modelos climáticos ayude a identificar mejor los riesgos.
«Ninguno de los riesgos potenciales de las torres es tan malo como la liberación de metano. Lo que estamos intentando es devolver las temperaturas y la cubierta de hielo a los niveles en los que solían estar, mediante materiales que ya están ahí en grandes cantidades pero en tamaños diferentes», defendió este ingeniero.
Además, «si algo inesperado sucediese, seríamos capaces de detener el proceso y revertir la situación en unos pocos días», subrayó Salter, quien ha estimado que las torres supondrían un coste aproximado de 200.000 libras (240.000 euros) y que estarían listas año y medio después de obtener esta presupuesto. EFE