18 mar (EFE).- Quito, Patrimonio de la Humanidad por su centro colonial, necesita cuidados y restauración de sus riquezas históricas, labor para la que se forman jóvenes con escasos recursos gracias a las escuelas taller.
Unos 2.000 jóvenes se han beneficiado, desde hace dos décadas, de esos centros, donde aprenden oficios como albañilería, picapedrería, ebanistería, mecánica, tallado, electricidad, corte, confección y bordado.
El proyecto surge ante la elevada tasa de desempleo juvenil, la progresiva extinción de los oficios tradicionales y el deterioro de los centros históricos de las ciudades.
Además, cuenta con la participación de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), el Instituto Nacional de Patrimonio de Ecuador y los Municipios de Quito y Cuenca.
En Quito, donde se localizan dos de las escuelas, necesita de unos cuidados especiales y por ello requiere formar mano de obra para la rehabilitación y mantenimiento de sus edificios y jardines, dijo a Efe, el director de la Escuela Taller Quito, José Baca.
Gracias a la formación especializada, los alumnos elaboran toda clase de productos, desde camas a escritorios, lámparas o verjas, incluidas las del monasterio quiteño de San Francisco.
Entre los estudiantes de Quito está Ricardo Pachacama, quien aprende carpintería, de manera gratuita, en la Escuela Taller San Andrés. «Quiero trabajar en esta profesión para seguir la universidad y ser abogado»
Al entrar a las escuelas taller, los jóvenes «son analfabetos funcionales, gente que ha terminado la primaria pero que no sabe ni leer ni escribir bien», comentó Baca.
Además de formación, los alumnos reciben alimentación, ropa, el precio del transporte y atención médica. Una vez acabados los estudios, de tres años, tienen acceso a herramientas propias y un certificado.
Al menos la mitad sale con trabajo, según Baca, que desarrolla planes de negocio con los estudiantes para que armen sus empresas e involucren a sus familias.
Teresa Toctaguano, de 21 años, está a punto de graduarse en confección en la Escuela Taller Quito y planea abrir una empresa.
Para José Gallegos, director de la Escuela Taller San Andrés, no se limitan a enseñar oficios, sino que dan una formación humana completa, con el reto de que los alumnos se consideren «personas útiles a la sociedad».
Algunos de los alumnos tuvieron problemas de drogadicción y maltrato o procedente de familias desestructuradas por la migración de sus padres y que han aprendido «a trabajar trabajando» no sólo en Quito sino en otras ciudades del país.
La vida de Christian Recalde, alumno de la Escuela Taller San Andrés, es ejemplo de esas dificultades.
A sus 20 años espera encontrar un «buen trabajo» para sacar adelante a sus dos hermanos, con los que vive en un hogar para huérfanos después de la muerte de su madre y ante la imposibilidad de su padre, alcohólico, de atenderlos.
«Esto para mí ha significado mucho porque aquí he aprendido muchas cosas como la solidaridad, el compañerismo, la amistad, los valores», dijo Recalde, que estudia mecánica.
Gallegos destacó que «es mejor no dar el pescado sino enseñar a pescar. Les hemos dado una herramienta para trabajar, pero es una herramienta que viene acompañada con la revalorización como personas». EFE