18 mar (EFE).- La epidemia de obesidad seguirá creciendo si no adaptamos la alimentación a la evolución que ha sufrido la genética humana desde el Paleolítico, según el doctor José Enrique Campillo, que acaba de publicar el libro «¡Adelgaza! Sin que te tomen el pelo ni te quiten salud».
«Nuestros genes de la Edad de Piedra no soportan la alimentación ni la forma de vida de la Era Espacial» y, si no firman la paz, seguirá creciendo la obesidad y las enfermedades de la opulencia que destruyen al hombre moderno, según el catedrático de Fisiología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Extremadura.
En una entrevista con Efe, este especialista en Medicina Darwiniana explica cómo muchas de las patologías que hoy padecemos se deben a «una incompatibilidad entre nuestro diseño evolutivo y el uso que de él hacemos».
Los seres humanos han pasado mucha escasez y hambre a lo largo de los tiempos y, como cualquier otro animal, han tenido que cazar o recolectar si querían comer, de modo que, subraya el especialista, «nuestros ancestros paleolíticos se dotaron de un ‘genotipo ahorrador’ que no se ha modificado en los últimos cien mil años».
Estas mutaciones, precisa Campillo, proporcionaban una gran eficiencia para acumular grasa en situaciones de abundancia y una gran capacidad de ahorro en condiciones de escasez.
Desde hace tres siglos, sin embargo, los avances tecnológicos han permitido desarrollar nuevas formas de alimentos y planificar la producción agrícola y ganadera, de tal forma que las sociedades desarrolladas han cambiado «la escasez por el exceso constante», surgiendo lo que este autor denomina «el mono obeso».
«Los genes paleolíticos se enfrentaron a nuevos alimentos refinados y artificiales, al aumento de tóxicos y sustancias extrañas, a los aditivos y a las máquinas que ahorran esfuerzos», argumenta.
Los principales errores de la «Era Espacial» o del siglo XXI, según el doctor, son la excesiva densidad calórica, las grasas saturadas y las «trans», los azúcares de absorción rápida, el embudo alimentario -cada vez comemos más de menos alimentos diferentes- y, por supuesto, el sedentarismo.
Campillo, premio nacional de Investigación de la Sociedad Española de Diabetes, comenta que las ventajas de vivir como hace miles de años se han podido verificar en comunidades como los nauruanos de la Polinesia y los indios pima de Norteamérica.
«Todos los animales, sin excepción, tienen que pagar un precio de gasto energético muscular para conseguir la energía de los alimentos», indica el nutricionista, quien suscribe que, «si todos los días comemos, todos los días tenemos que hacer ejercicio».
«No debemos olvidar que cuando vamos al gimnasio o salimos a correr, lo que hacemos es pagar la deuda de gasto muscular contraída por la energía ingerida en forma de alimentos a lo largo del día», sentencia.
Critica también que en la sociedad actual «nos atracamos de dulce», unos azúcares que prácticamente no existen en la naturaleza, exceptuando la miel y algunas frutas como uvas, plátanos e higos, y «nuestro organismo no está diseñado para esto».
En esta línea, esgrime que ocasionalmente el hombre del Paleolítico se encontraba con una colmena y «se ponía hasta arriba de miel», pero eso no volvía a repetirse en meses.
También defiende que la carne que consumían los antepasados no tenía la ingente cantidad de grasas y toxinas que acumulan los animales criados en explotaciones extensivas.
Todo este proceso culmina en obesidad, diabetes, dislipemia, hipertensión y aterosclerosis y, finalmente, en enfermedades cardiovasculares, principal causa de mortalidad del hombre moderno.
Campillo advierte de que no todas las personas tienen igual carga del «genotipo ahorrador», lo que explicaría que unas engorden más que otras.
Las personas que porten en su genoma varias de estas mutaciones tienen una gran facilidad para desarrollar obesidad y el resto de las dolencias de la opulencia si no siguen una dieta saludable.
En su última obra, el profesor argumenta que todo esto es «lo lógico», pero la gente prefiere creer en dietas milagro o en extraños experimentos más que en algo tan evidente como en adaptar la alimentación a lo que se gasta y en moverse cuanto más mejor. EFE