8 mar (EFE).- A pesar de que el horizonte en el noreste de Japón está más despejado, la herida que el tsunami dejó en las comunidades de desplazados es muy profunda y las mujeres se han convertido en uno de los motores de la recuperación psicológica.
A unos quince minutos por carretera de la ciudad de Ishinomaki, uno de los municipios más afectados por el desastre, está el Tomorrow Business Town, una zona pensada para albergar tejido empresarial y donde ahora se levanta uno de los complejos de casas temporales para evacuados más grandes de la región nororiental de Tohoku.
En este área, frente a un gigantesco solar con montañas de automóviles destrozados cubiertas por lonas opacas, se construyeron 7.300 pequeños barracones numerados que forman decenas de callejuelas repletas de ropa tendida y por las que los niños corretean para matar el tiempo.
En el centro se yergue un edificio comunitario en el que algunas organizaciones, como Ishinomaki Revival Suport, llevan a cabo iniciativas para intentar recuperar anímicamente a los miles de desplazados.
«En el complejo no existe la idea de comunidad. El principal problema es psicológico y, aunque han mejorado su situación, todo es muy duro», sobre todo para los hombres, mucho más cerrados, destacó a Efe Keita Watanabe, secretario general de la ONG.
La falta de trabajo y el aislamiento han dado lugar a «muchos casos de alcoholismo», especialmente en hombres mayores, y un incremento de la agresividad, hasta el punto de haberse registrado casos de violencia doméstica y suicidios, detalló Watanabe.
Para reducir el estrés, la organización ha puesto en marcha actividades culturales, talleres y hasta un huerto para intentar dinamizar al segmento más aislado, los hombres.
«Ellos son más difíciles, no socializan. Nosotras hablamos más, nos hemos hecho más fuertes, aunque pienso que lo que hacemos es tirar para adelante», señaló a Efe Reiko Chiba, una evacuada de 70 años que vive en estas casas temporales desde agosto y cuyos ojos brillan tras el cristal de sus gafas al recordar la tragedia.
A ella el tsunami le pilló en casa con su marido: «Iba a coger la cartera y el teléfono móvil del piso de arriba cuando empecé a ver el agua negra inundar la planta baja».
«Hemos sido muy afortunados por haber sido agraciados con una casa temporal. Aunque mi marido se queda siempre en casa. Sé que si no sale va a sufrir mucho», añadió Chiba, que esa tarde de marzo lo perdió todo, incluida la maquinaria y los cultivos de arroz que les sustentaban.
Ahora Chiba colabora en el proyecto de comercio justo nipón East Loop, en el que junto con otras evacuadas tejen artesanalmente broches que venden en tiendas de todo Japón para sentirse ocupadas, mirar hacia adelante y tener un pequeño ingreso adicional.
Hasta ahora, estas mujeres han vendido 12.000 broches que les han reportado más de 6,5 millones de yenes (unos 80.000 dólares).
A una de sus compañeras, Takiko Takeda, el tsunami le atrapó a punto de comenzar los ritos fúnebres de su cuñado y apenas tuvo tiempo para volver a meter el féretro en el automóvil y huir, antes de que la riada les alcanzara y zarandeara hasta terminar empotrados dentro de una casa vacía.
Su marido y ella pudieron alcanzar el piso superior de la vivienda, mientras los restos mortales que iban a honrar se perdían en las aguas negras del tsunami. Al margen de su casa, perdieron un negocio de procesamiento de pescado valorado en un millón de dólares.
En Ishinomaki, segunda ciudad de la provincia de Miyagi con unos 165.000 habitantes, 3.735 perdieron la vida o desaparecieron el 11 de marzo por el desastre, que en total causó casi 20.000 muertos y 470.000 evacuados, de los que solo 135.000 han podido regresar a sus casas.
Al margen de las casas temporales ha habido otras fórmulas para reubicar a la población afectada, como el proyecto «K-engine» de la Universidad tokiota de Kogakuin para la construcción de viviendas permanentes.
Sasaki, un pescador local, ha sido de los primeros en entrar en este tipo de viviendas, construidas en un mirador alto cerca del puerto pero fuera de peligro: «Estamos muy felices por empezar de nuevo. Además antes estábamos muy cerca del mar, y aquí en la colina tenemos sensación de mayor seguridad», afirma. EFE