Vie. Nov 22nd, 2024

7 mar (EFE).- Veinte años después de su último largometraje, el cineasta chileno Pablo Perelman estrena este jueves «La lección de pintura», una película en la que recurre al contexto del Chile de Allende y del golpe Militar para ambientar una historia basada en la novela homónima del escritor chileno Adolfo Couve.

El director de «Imagen latente» y «Archipiélago» rompe su silencio con un filme en el que, como ya hizo en sus anteriores trabajos, tiene como telón de fondo el convulso periodo histórico que vivió su país entre finales de los años 60 y principios de los 70.

En una coproducción española, mexicana y chilena, el filme relata la historia de Aguiar, interpretado por el mexicano Daniel Giménez Cacho, un pintor frustrado por su falta de talento que decide dejar Santiago para abrir una farmacia en Llay-Llay, un pueblo rural situado a unos 130 quilometros de la capital chilena.

Es ahí donde conoce a Elvira, personaje que encarna la española Verónica Sánchez, quien busca desesperadamente un trabajo para mantener a su hijo Augusto, un niño que, a diferencia del boticario, tiene unas dotes innatas para el dibujo y la pintura.

A partir de ese encuentro, el protagonista verá en el pequeño Augusto la posibilidad de formar un genio que se emerja como el salvador de la pintura.

«Mientras leía la novela, veía la película. Fue un enamoramiento instantáneo», confiesa en una entrevista con Efe Perelman, quien agrega que con el libro de Couve vio la luz. Un flechazo al que el cineasta, fiel a su faceta combativa, quiso agregar su toque político-social, su marca de la casa.

Así enmarca la trama en el periodo que va desde finales de los años 60 – en plena reforma agraria y el triunfo electoral de la Unidad Popular, de Salvador Allende – y culmina el 11 de septiembre de 1973 con el golpe de Estado del general Augusto Pinochet.

«El contexto histórico-político es un personaje más dentro de la historia, y este personaje acaba imponiendo su programa y su agenda sobre la vida de los demás», reconoce el director.

Una etapa histórica que, además de influir directamente en su carrera artística, marcó su vida, pues su hermano es una de las 1.192 personas desaparecidas debido a la represión política que azotó Chile durante la dictadura de Pinochet (1973-1990).

«Es una experiencia que me marcará toda la vida. Cada vez que quiero alejarme de la ‘chimuchina’ diaria y quiero pensar en la condición humana o en la condición social o en la historia de mi país, me voy ahí», recuerda.

Tras dos décadas alejado, pero no desconectado, de la gran pantalla, Perelman señala, orgulloso, que en este lapso de tiempo el cine chileno ha construido «una identidad cada vez más clara», un fenómeno que, según su opinión, ha despertado el interés por parte de la crítica internacional.

«Lo único que falta es que de pronto definamos una alternativa, un estilo, un lenguaje propio, un aporte en términos de lenguaje a la cinematografía mundial, como en su momento lo hizo el cine iraní o el cine brasileño (…), y estamos al borde de eso», matiza.

Y es que en el último año y medio, producciones locales como «Violeta se fue a los cielos», sobre la cantautora chilena Violeta Parra, o la atrevida «Joven y alocada», que trata la liberación sexual de una adolescente en el sí de una familia evangélica, han recibido una buena acogida en los festivales internacionales de Sundance y Berlín.

Una abertura al mundo global que viene a demostrar que «no podemos seguir haciendo películas para un mercado tan pequeño, tan local», enfatiza Perelman. EFE

Por ccarrera