Vie. Sep 20th, 2024

Fue una conquista excepcional de un puñado de hombres que regaron de pundonor y clase las canchas de América.
El partido 17, jugado aquel 7 de noviembre del 2001, colocó ante una dura prueba al once ecuatoriano que retornó al vestuario en desventaja al final de la primera parte.
El clamor general pedía a gritos el ingreso de Aguinaga. El ‘maestro’ saltó a la cancha con las luces prendidas. Tomó la batuta y dirigió como un mago.
15 minutos de sabiduría futbolística a pleno, fueron suficientes par depositarnos en el Mundial. La zurda fina y goledora de Alex Aguinaga transformó el nerviosismo de todo el país en un terremoto de felicidad.
El cemento del Atahualpa pareció explotar en mil pedazos, cuando el cabezazo de Jaime Iván Kaviedes besó la red del arco sur.
Un centro medido desde el borde izquierdo del área viajó desde el botín prodigioso de Alex. Carini se quedó clavado. Kaviedes apareció como una centella para colocar la pelota apretada al poste izquierdo del arco uruguayo.
El júbilo desbordó el país, que se lanzó a las calles para vivir la ghloria y la materialización de su sueño, acariciado en un mar de frustraciones durante 40 años. Ecuador al Mundial. Los corazones palpitando a mil por hora. La tribuna confundida en mil abrazos circunstanciales. El equipo del ‘Bolillo’ tocaba el cielo del fútbol con las manos.
Fue un gol inmortal, el de Kaviedes. Gol histórico. El más importante de Ecuador. El grito de gol se repìtió como un eco gigantesco, aún en los lugares más recónditos de la geografía nacional. Fue el gol que empujamos todos. Un cabezazo lanzado por 12 millones de compatriotas, que entregaron su amor incondicional a la tricolor. Fue un golazo para acabar con el drama. El balón besando la red. Santo Domingo de Los Colorados enfervorizado saludando la hazaña de su hijo predilecto. El Chota y Esmeraldas gritaron a todo pulmón el orgullo de sus hombres de color, que fueron base sustancial de ese logro incomparable.
La noche del festejo se hizo día sin sentir . El sueño acumulado quedó para otras horas. El trabajo tesonero había dado paso al milagro. El pasaporte al Mundial 2002 estaba en el bolsillo. Fue inolvidable.

Por: Raúl Cruz Molina

Por ccarrera