Una ola de explosiones estremeció a más de una decena de ciudades iraquíes, matando a 60 civiles y fuerzas de seguridad, en el peor ataque terrorista en lo que va del año y que subraya los alcances de Al Qaeda y su capacidad para causar estragos.
El baño de sangre se produce dos semanas después de que funcionarios iraquíes dijeron que estarían abiertos a la idea de permitir que algunas tropas estadounidenses permanezcan en el país, más allá del plazo de retirada final, el 31 de diciembre.
Los responsables de los ataques coordinaron sus artefactos explosivos para que estallaran e incluyeron una combinación de coches bomba estacionados, un atacante suicida que condujo un vehículo contra un retén cercano a una comisaría policial, bombas al pie del camino e incluso bombas sujetas a postes de alumbrado público.
El portavoz de la Policía local, el teniente coronel Dhurgam Mohammed Hassan, dijo que la primera bomba estalló en una congeladora usada para enfriar bebidas. Cuando los rescatistas y los curiosos llegaron al lugar, estalló un coche bomba estacionado. Murieron 35 personas y 64 resultaron heridas.