En las últimas horas se dio a conocer la muerte de dos periodistas dentro de los enfrentamientos en territorio libio. Ninguna de las medidas tomadas por la comunidad internacional han parado la creciente violencia que se vive en esa región del mundo. Esta vez son dos colegas más que tienen que pagar los platos rotos de una guerra sin cuartel y sin sentido. Aunque resulta loable morir con las botas puestas, en cualquiera de los ámbitos profesionales, también habrá que pensar en los miles de civiles que han muerto desde el inicio de los disturbios. Las respuestas violentas no llevan a nada más que al inútil derramamiento de sangre. Quizá sea tiempo de replantear las funciones de organizaciones en pro de los derechos humanos y de los Estados; quizá también los procesos diplomáticos necesiten replantearse en ese sentido. Así como no podemos decidir sobre la gobernabilidad de los países, los líderes también deberían escuchar las voces de sus pueblos, que reclaman simplemente sus derechos.