Es medio día en el centro histórico de Quito, y la gente va presurosa a su destino, sin observar lo que les rodea. En un rincón de la calle Chile, cerca de las oficinas de la alcaldía, está sentado Jorge Moposita. Sostiene un pequeño tambor, una canasta cuelga de su cuello, y entona una alegre melodía.
Su apariencia es infantil, sin embargo afirma tener 19 años. De aspecto delgado, ojos perdidos y sonrisa entrecortada, indica, entre balbuceos, que sufre de una grave enfermedad mental que no le permite expresarse con facilidad y que, además, su corazón ha comenzado a fallar. Por lo que necesita medicamentos especiales, pero no tiene dinero para comprarlos. Entonces sale con su instrumento musical todos los días a esa vía, para ver si así, logra conseguir algunas monedas. Se despide con una mirada de esperanza, asegurando que su sueño de manejar un carro, algún día se cumplirá.
A pocos metros de Jorge, en la misma calle, se puede escuchar una singular tonada de acordeón, que pertenece a Ruben Gómez, un invidente colombiano que llegó al país hace cinco años. Recuerda con mucha nostalgia, como tuvo que dejar su natal Calí, para instalarse en un pequeño cuarto del barrio de San Juan junto con su sobrino, y trabajar de lo que sea para sobrevivir.
De naríz ancha y abultado bigote, Rubén se considera una persona afortunada. Menciona que el país lo ha tratado bien, pese a que cuando recien llegó, tuvo pequeños inconvenientes con algunas personas por su nacionalidad. Dice que las pocas monedas que hace en la calle, le alcanzan apenas para almorzar, por ello vive de lo que le da el día. De pronto se levanta, acomoda sus herramientas de trabajo en su bolso y se aleja al escuchar que la Policía Metropolitana está cerca.
En otro lugar del centro, en la calle Espejo, tres jóvenes artistas son el foco de atención de los quiteños. Es así que mientras sus compañeros dibujan con varias tizas de colores, la silueta de una mujer en la acera, Singo Yamada un delgado joven japonés que se dedica a viajar por el mundo, emite sonidos armónicos con su “Diyeridu”, un alargado instrumento de percusón típico de Australia. Yamada relata que durante su travesía por el Ecuador ha quedado maravillado con las playas y sobre todo con la de Montañita. Con un gesto alegre en sus labios, aclara que no es ningún “vago” y que trabaja como terapeuta musical en diferentes partes del planeta. Recalca que su estadía en la ciudad, será pasajera.