La sangre inunda las calles, la gente prefiere morir en nombre de su fe, a vivir esperando obras de sus corruptos gobernantes.
La chispa que encendió la revuelta en Túnez, por la inmolación de Mohamed Boazizi, de 26 años, ha prendido fuego en el resto de países de la región.
Ola de suicidios a lo bonzo, reflejo de aquel acto, recorre África, de Argelia a Egipto, pasando por Mauritania. Un licenciado egipcio de 25 años moría el martes tras inmolarse después de cuatro años sin empleo.
La creciente carestía y los exiguos sueldos, además de la alta tasa de paro, sobre todo entre los jóvenes, son el denominador común de estos estados con gobernantes a perpetuidad, respaldados por Occidente, que han visto rodar la primera cabeza.
El Ejecutivo egipcio ha preferido ponerse las anteojeras y descarta que la crisis de Túnez vaya a afectarles. “Todo país tiene sus circunstancias, por lo que es muy difícil comparar”, subrayó el portavoz de Exteriores, Hosam Zaki.
El país del Nilo está acostumbrado a reaccionar de forma espontánea ante las crisis, y las inmolaciones frente al Parlamento son un síntoma de que algo extraño se mueve bajo los pies del Faraón.
Mueren en nombre de su fe
El blogger egipcio Hosam el Hamalawy, destaca que “el lugar elegido por los suicidas es muy simbólico”. Y añade: “Las revueltas no las hacen los activistas sino los ciudadanos. No debemos olvidar la revolución de los hambrientos, en 1977, ni la crisis del pan de 2008”.
Esta forma de pelear por la justicia, ha marcado la historia de Medio Oriente.