¿Se comería las sobras del almuerzo de un extraño? En Europa, sitios web y aplicaciones cuyo objetivo es distribuir el exceso de comida son cada vez más populares.
La participación de organizaciones no gubernamentales y start-ups es clave para el éxito de esta nueva tendendia.
Quienes se oponen a ella solicitan mayor regulación en lo que se refiere a los estándares de higiene.
Pero hay cosas mucho peores que probar alguno de los platos de Judit Szilagyi si se está hambriento en Hungría. Cuando esta estudiante de 26 años de edad regresa a su casa de la universidad, pasa la tarde asando vegetales picantes, preparando puré de papas o friendo panqueques dulces.
Ella comparte las fotos de lo que cocina en Piqniq, una nueva aplicación que tiene sede en Budapest, lo que le permite a quienes la siguen solicitar una porción.
«Mi pasatiempo es cocinar, pero no tiene el mismo significado si no puedes compartir lo que preparas con alguien. Y si hiciste más de lo que puedes comer, ¿por qué no dárselo a una persona que quiera comerlo?», comenta Szilagyi.
Compartiendo
Atiborrarse con el gulash (una especie de estofado que se prepara en algunos países de Europa) que ya alguien probó o con las salchichas que le quedaron a otro comensal puede no ser muy atractivo para algunos.
Pero esta incipiente iniciativa en Hungría se suma a la de empresas similares en Europa que se han vuelto exitosas rápidamente.
Shareyourmeal.net cuenta con 62.000 cocineros caseros en Holanda y 20.000 en el resto de Europa que preparan platos con influencia de Indonesia, Japón e India, es un ejemplo. Otro es Leftoverswap, que se inició en Estados Unidos el año pasado.
Uno de los fundadores de Piqniq es Tamas Kiss, quien solía viajar con frecuencia debido a su trabajo y extrañaba la comida húngara cuando estaba fuera de su país.
«Quería desarrollar una aplicación que me permitiera curiosear en la cocina de mis vecinos para ver qué estaban comiendo, qué habían cocinado y qué tenían en la nevera, lo que me permitía conectarme con ellos en cierta forma», explica Kiss.
Actualmente, se estipula que los usuarios deben compartir la comida sin solicitar ningún pago, pero en el futuro los cocineros podrían vender sus creaciones.
«Según la información que tenemos, quienes participan lo hacen porque no quieren comer lo mismo todos los días o porque se sienten orgullosos de lo que preparan y quieren que los demás lo vean. Para otros, se trata de algo divertido, una forma de socializar», añade Kiss.
La compañía griega Cookisto es un caso similar. Se inició como un grupo que buscaba poner en contacto a cocineros con el objetivo de obtener algún dinero extra al ofrecer comida a gente con mucho trabajo que quería una cena caliente a un precio accesible.
En apenas 12 meses atrajo a 40.000 miembros en Grecia y Reino Unido.
No al cesto de basura
Los sitios web alemanes están a la vanguardia en lo que respecta al sector que no tiene fines de lucro. Su objetivo es disminuir la cantidad de comida que se desperdicia.
Foodsharing e iniciativas similares en Austria y Suiza han atraído a más de 50.000 usuarios desde 2012.
La empresa asegura que ha evitado que 35.000 toneladas de alimentos terminen en el cesto de la basura.
«Tenemos un grupo amplio de usuarios que incluye a quienes no tienen qué comer y a personas que disfrutan compartiendo y, a cambio, obtienen cosas agradables», indica Jean Wichert, desarrollador y cofundador de Foodsharing.
Está convencido de que la idea de compartir -que es, quizá, más habitual en America Latina y Asia- ganará popularidad en Europa.
Popularidad y críticas
La empresa de medición Nielsen entrevistó a más de 30.000 usuarios de internet para una encuesta global, según la cual 54% de los participantes europeos comparte la idea de intercambiar o vender bienes a través de la red.
Quienes viven en el este y el sur de Europa son más receptivos. Mundialmente la cifra llega a 68%.
«Durante años la gente ha intercambiado comida de manera informal, ha conseguido a una persona que alquile el cuarto que le sobra y ha compartido el auto con alguien más. Ahora la tecnología nos permite dar un paso más», afirma Wichert.
Pero así como aplicaciones en las áreas referidas anteriormente, como Uber, Lyft y Airbnb –un servicio que permite el préstamo de apartamentos- han sido objeto de críticas debido a la falta de regulación y control de calidad, las propuestas en la red que sirven para compartir comida están siendo cuestionados por quienes se preocupan por los estándares de higiene.
Membresía abierta, ¿o no?
Un sitio web que ofrece ciertos controles es Casserole club, que incentiva a las personas a compartir comida con vecinos que no pueden cocinar.
Sus 4.000 miembros en el este y el centro de Inglaterra, tienen que realizar un curso de higiene a través de internet y son sometidos a una revisión de sus antecedentes criminales antes de poder ofrecer su primera comida.
Pero Kiss, uno de los fundadores de Piqniq, defiende su política de membresía abierta.
«Si vas a un asado, no le preguntas al anfitrión cómo preparó las hamburguesas. Tampoco cuestionas a quien lleva a la oficina una torta que preparó su abuela».
Explica que las fotos que se comparten les dan a los usuarios una buena idea sobre qué pueden esperar de los chefs. Kiss tiene expectativas de que este modelo de negocios sea exitoso.
«Queremos llegar al punto en el que, si estás hambriento, puedas recurrir a la aplicación en cualquier parte del mundo. Podemos sacar del mercado a empresas de comida rápida», concluye.
Fuente: BBC Mundo